« Hijo mío, escucha las correcciones de tu padre y no abandones las enseñanzas de tu madre. Adornarán tu cabeza como una diadema; adornarán tu cuello como un collar » (Proverbios 1:8,9)
Cuando yo apenas me encaminaba a la escuela, mi madre ya frisaba los treinta años y mi papá ya había pasado los treinta y cinco. Ya habían criado cinco hijos y habían vivido en seis diferentes ciudades y pueblos. Y sin embargo, a esa edad, algunas veces, o mejor dicho muchas veces, renegaba de la instrucción y dirección que me brindaban.
Nuestra vida se desarrolla en medio de una lucha de voluntades. Puedes mirar esta lucha aun en el niñito recién nacido. Fue, precisamente, una lucha de voluntades lo que decidió el destino de la humanidad en el jardín del Edén. « ¿Es verdad que Dios les dijo que no comieran de ningún árbol del jardín? » (Genesis 3:1), preguntó el diablo. Era una clara referencia a la instrucción divina (Genesis 2:16,17). Así comenzó a contradecir sutilmente a Dios para, finalmente y con todo descaro, oponerse a lo advertido por el Creador: « ¡No es cierto, no van a morir! » (Genesis 3:4).
Así, en medio de una lucha de voluntades, se tomaron las decisiones. Lamentablemente, nuestros primeros padres despreciaron la instrucción y dirección de su Padre y trajeron una gran maldición sobre toda la humanidad. Pero gracias a Dios porque Cristo sí estuvo dispuesto a seguir la instrucción de su Padre, en otro jardín, conocido como Getsemaní.
¿Recuerdas que tres veces se acercó Cristo a su Padre en busca de dirección? ¿Recuerdas que estuvo dispuesto a decir: « Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú » ? (Mateo 26:39). ¿Recuerdas, también, las pocas palabras con que se describe la vida de Cristo en su adolescencia? Dice el Evangelio « que Jesús bajó con sus padres a Nazaret y vivió sujeto a ellos » (Lucas 2:51). De esa manera, « sujeto » a sus padres, desarrolló armoniosamente sus facultades físicas, mentales y espirituales: « Jesús siguió creciendo en sabiduría y estatura, y cada vez más gozaba del favor de Dios y de toda la gente » (vers. 52).
« Hijos, Dios consideró propio confiarlos al cuidado de sus padres, para que ellos los instruyan y disciplinen, y así desempeñen su parte en formar el carácter de ustedes para el cielo »
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