miércoles, 16 de junio de 2010

Justicia a Juan 3:17

« Dios no envío a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él (Juan 3:17).

Un gran versículo, una declaración sublime, minimizada, sin embargo, a la sombra de este «Everest » de los Evangelios que es Juan 3:16. Estas tres cifras, « 3:16 », por si solas ya constituyen un mensaje de gran impacto para buena parte de la humanidad, que sabe recitar de memoria, y sin vacilar, su contenido. Alguien las llamó los números de la esperanza.

Hay algunos textos en la Biblia, que tienen que sobrevivir a la sombra de grandes verdades que hemos aprendido de memoria y que forman parte del acervo de grandes promesas que repetimos con frecuencia. Nuestro texto de hoy es uno de ellos.

No obstante, vale la pena que lo memoricemos tanto como el precedente. Fíjate: « Dios no envío a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él » (Juan 3:17). ¿No es cierto que todos los días escuchamos en el ámbito político, religioso y en el círculo de nuestras amistades cercanas palabras de condena?

Parece que los medios de comunicación se alimentan de palabras de condena. Por cierto que muy pocas veces estas palabras son llevadas a sus últimas consecuencias. Parece que expresar palabras de condena en forma irresponsable ha llegado a ser el estilo de vida de nuestra generación.

La más grande de todas las condenas, sin embargo, es la que se nos viene como una enorme bola de nieve cuando estamos en la cama, boca arriba mirando hacia el techo, sin poder conciliar el sueño, abrumados por sentimientos de culpabilidad.

Es la hora en que nuestras malas acciones entran en el limbo de nuestras reflexiones como fantasmas que nos recuerdan que hemos caído, e incluso nos vemos asediados por la peor de las tentaciones, que nos dice que no vale la pena intentarlo de nuevo.

« Cuando hablamos de la fuerza del Poderoso, hacemos retirar al enemigo. Al acercarnos a Dios, él se acerca a nosotros »

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