El señor te guiara siempre; te saciará en tierras resecas, y fortalecerá tus huesos. Serás como jardín bien regado, como manantial cuyas aguas no se agotan (Isaías 58:11).
Mi sobrino escalaba con unos amigos unas montañas en California. Llevaban un filtro purificador de agua y recogían el agua de acuerdo con las especificaciones de un mapa que les indicaba de antemano dónde podían encontrarla.
Luego de varias horas de extenuante caminata, se dieron cuenta de que ya las quedaba poco agua, ese líquido tan vital para poder vivir. No se preocupaban, pues sabían que se estaban aproximando a un lugar donde el mapa indicaba claramente que corría un arroyuelo.
Cuando faltaba un centenar de metros, apresuraron su paso, ¡para descubrir que estaba totalmente seco! Consultaron con ansiedad el mapa para determinar el próximo lugar de provisión de agua y observaron que para llegar al lugar necesitaban andar unas cinco horas más.
Desesperados, reiniciaron la travesía con una sed angustiante. Mientras caminaban, el viento hacía mover las hojas de los árboles produciendo un rumor que a sus oídos era como el agua al deslizarse por su cauce, lo cual les generaba una ilusión vana. Al borde de la desesperación. Exhaustos, llegaron finalmente a un lugar donde pudieron saciar su prolongada sed.
Nuestra alma no encuentra forma de saciar su sed. El mundo está lleno de diversos tipos de espejismos que pretenden satisfacer nuestros anhelos más íntimos. Pero una vez que estamos frente a ellos, nos damos cuenta tristemente de que se tratan de encantos rotos. «Dos son los pecados que ha cometido mi pueblo: Me han abandonado a mí, fuente de agua viva, y han cavado sus propias cisternas, cisternas rotas que no retienen agua » (Jeremías 2:13).
«Una vez que la mente haya abarcado las estupendas verdades de la revelación, no hallará más satisfacción en emplear sus facultades en los temas frívolos »
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