lunes, 9 de mayo de 2011

Desnutrición infantil: estamos peor que África


El hambre crónica que padecen los guatemaltecos y las guatemaltecas, pero sobre todo los niños de varias regiones del país, es el resultado de la interacción de una serie de factores políticos, económicos y sociales que afectan negativamente la disponibilidad, acceso, consumo y utilización biológica de los alimentos. Y el factor más importante es el político; mejor dicho, la falta de una verdadera voluntad política de todos y cada uno de los políticos y partidos que llegan al gobierno de este país.

Según la comparación que hace Unicef en el documento “Estado Mundial de la Infancia 2010”, Guatemala se disputa el tercer lugar en desnutrición crónica a nivel mundial. Compite con otro país llamado Timor Oriental, en el sudeste del Asia; ambos registran que, en promedio nacional, 54 de cada cien niños padecen retardo de crecimiento.
En el mundo solamente Afganistán y Yemen están peor que nosotros, y todos los países de África... ¡Todos!
Guatemala es África, o peor. Y eso a escala nacional. Si nos metemos con los porcentajes en el área rural o en numerosos municipios del país, la cifra alcanza hasta ocho de cada 10 niños con hambre crónica.


Mata en silencio

La desnutrición crónica es el segundo mayor problema de este país, detrás de la violencia y el narcotráfico. El hambre mata más que las balas, pero silenciosamente.
La razón de estas cifras tiene raíces históricas. La desnutrición crónica, considerada como una baja estatura para la edad, es el resultado de muchos factores, pero sus causas básicas son la desigualdad de oportunidades, la exclusión y la discriminación por razones de sexo, raza o credo político. Un niño a los 36 meses de edad debe medir 88 centímetros; de lo contrario, ya es un desnutrido crónico, y centímetro perdido jamás se recupera. Su coeficiente intelectual también ha sufrido un deterioro definitivo. El intelecto de todo un país está carcomido por la desnutrición.
La otra desnutrición, la desnutrición aguda, se origina por una falta reciente de alimentos o una enfermedad que haya producido una pérdida rápida de peso. Este tipo de desnutrición es recuperable; sin embargo, de no ser atendida oportunamente, pone en alto riesgo la vida del individuo. 


Esfuerzo descontinuado

Un hito histórico de mejora para el abordaje comprensivo de la situación alimentaria del país se dio con la aprobación de la Ley del Sistema Nacional de Seguridad Alimentaria Nutricional (Sinasan) en el 2005.
Pero una ley por sí misma no puede erradicar el hambre por decreto; necesita personas que la operativicen. Este avance normativo planteaba escenarios de coordinación y participación interinstitucional, que al cabo de seis años de vigencia aún no se ponen a funcionar como debieran. Peor aún, en los últimos cuatro años del actual gobierno han sufrido un marcado debilitamiento. Los programas presidenciales generaron paralelismo a los órganos del Sinasan, al extremo de casi desaparecer su accionar.
Y es que a pesar del enorme flagelo del hambre, en Guatemala aún no se establece una agenda con visión de Estado. Los gobiernos no quieren buenos técnicos en los ministerios, prefieren operadores políticos que puedan seguir órdenes.
Cada cuatro años el Gobierno entrante borra con alevosía las acciones del anterior. Al no tener claro el problema se parcha a la carrera la situación. Lo peor es que el problema del hambre es incluso invisible para las familias afectadas por la desnutrición. Es tan grande, tan común, que ya pareciera parte de la cotidianidad.
El derecho humano a la alimentación es violado flagrantemente, y la ciudadanía no exige un cambio. Si los políticos no reciben la presión social para generar una lucha contra la desnutrición, la voluntad política seguirá como hasta ahora, casi inexistente.


Prioridad Relegada

En la próxima contienda electoral ya están echadas las cartas, el clamor popular pide seguridad ciudadana, la seguridad alimentaria no figura dentro de las acciones prioritarias.
El tema será de nuevo marginal, la agenda que genera votos le apunta a otro lado. Habrá más muertes por hambre este año electoral y quedarán en el anonimato dramas humanos.
Entre veredas y matas se ahogará el último suspiro de un país que está dañado en su intelecto y en su espíritu, porque la desnutrición carcomió lo más preciado de su futuro: sus niños y niñas, y por tanto, su esperanza.
Por ello se hace necesario que los partidos políticos en contienda enmarquen sus programas de gobierno en la estructura, órganos y mecanismos ya establecidos en el Sinasan, pues debe existir un programa específico diseñado en varias fases de al menos 20 años, con metas progresivas medibles, enfocado a las causas y a los efectos simultáneamente.
Esto requiere por supuesto de un adalid, un hombre o una mujer dispuestos a trascender en la historia. La trascendencia aguarda por él o por ella.
Se debe asegurar el financiamiento de los planes y programas, estableciendo un sistema de seguimiento al gasto público y ejecución programática en seguridad alimentaria.
Se debería fortalecer o crear un cuerpo técnico que no solo implemente, sino que vaya gerenciando el proceso en la vida de los programas alimentarios.
La seguridad alimentaria de este país no debería estar sujeta al vaivén de botines políticos.
En el nivel municipal se deben destinar fondos para invertir en proyectos de seguridad alimentaria nutricional, se deben conocer claramente las áreas vulnerables y saber por qué están como están, para plantear soluciones desde lo local.
El Gobierno está hablando de reforma fiscal, pero no incluye el tema alimentario nutricional como argumento.
Es decir, el gobierno actual y los partidos políticos en la contienda electoral del 2011 parecieran haber olvidado que somos el país de los hambrientos. Guatemala está peor que África. 

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