miércoles, 1 de diciembre de 2010

Una nueva inversión

Pues ustedes han nacido de nuevo, no de simiente precederá, sino de simiente imperecedera, mediante la palabra de Dios que vive y permanece (1 Pedro 1:23)

Observa la cima del Monte Calvario; manos y pies que gotean sangre, una aflicción que recorre todo el cuerpo, una sonrisa en el rostro del crucificado a pesar del intenso dolor. Entonces una estremecedora voz de triunfo exclama. « Todo se ha cumplido » (Juan 19:30). Imagina que tienes una conversación con Dios, el diálogo sería algo así:

__ Mírame a mí y serás salvo, yo soy Dios y no hay más – te dice el Señor, parafraseando Isaías 45:22-

__ Señor, ¿Cuál es tu banco para invertir todo lo que poseo? -- Tiene que ser tu respuesta a este diálogo.

__ No hay banco, no existen transferencias electrónicas; puedes hacerlo desde la comodidad de tu casa, en tu oficina, en el salón de clases, donde te encuentres, únicamente debes transferir la mirada de ti mismo a Jesús.

__¿Únicamente mirar a Jesús? ¿Eso es todo?

__ ¡Claro que sí! El punto de partida es tu propia humillación.

Mirar a Jesús conlleva a reconocer sus méritos y aceptar su salvación. Contemplar sus virtudes transforma tus defectos. Y así, en la medida que lo contemples, te transforma poco a poco. Como lo dio el apóstol Pablo: « Así todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu » (2 Corintios 3:18). Y eso es humillante para todos los seres humanos, orgullosos como somos por naturaleza.

Cristo murió en la cruz porque no había otra opción para salvarnos. Seguramente escucharás voces que te animarán a mirar todo lo bueno que hay en ti y no a fijar tus ojos en Cristo. Ese es un engaño fatal. Pon todo lo que eres y tienes en Cristo. Esa es tu mejor inversión.

« Cualquiera que sea la mala práctica, la pasión dominando que haya llegado a esclavizar el alma y el cuerpo, por haber cedido largo tiempo en ella, Cristo puede y anhela librarlos »

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