martes, 7 de diciembre de 2010

El precio de la añoranza

Hay sabores que no se olvidan, y quienes han dejado el suelo guatemalteco lo saben bien; por eso, en donde estén, buscan deleitarse y acercarse a sus raíces, sin importar cuánto les cueste.

Desde las doradas costas del sur de California hasta la cosmopolita Nueva York, pasando por las planicies del medio oeste de Estados Unidos, vive el mayor número de migrantes guatemaltecos. Se estima que hay un millón 324 mil 474 connacionales que han dejado el país por diferentes razones, y van tras el llamado “sueño americano”, el cual, paradójicamente, lo que menos deja es tiempo para dormir y casi nada para soñar. Esta población está en constante crecimiento y ávida por mantener contacto con sus raíces —familia, costumbres y, sobre todo, de ese sabor único de la comida chapina—. A muchos no les importa pagar más, o recorrer largas distancias con tal de saborear algo que les recuerde su tierra natal. El producto nostálgico o étnico, como también lo llama Marco Tulio Recinos, director del área de manufacturas de la Asociación Guatemalteca de Exportadores (Agexport), “tiene cabida todo el tiempo, no se limita a ciertas épocas, como las fiestas de fin de año; siempre está presente en los gustos de los guatemaltecos que viven fuera”. Aunque se asocia mucho a lo alimentario, que es la mayor cantidad de manufactura que se exporta, ha crecido en otros segmentos como jabones o productos farmacéuticos. Recinos da el ejemplo de la pomada GMS, “esta le funcionaba a mi abuelita y por eso a mí también me tiene que dar resultado”, indica. Algunas veces esa preferencia es influenciada por no hablar inglés, así que optan por lo viejo conocido.

El costo de la ausencia Al vivir en otro país, los chapines pagan un poco más por consumir los productos que les recuerda a su patria, aunque este gasto es relativo. Por ejemplo, cuatro panes dulces pueden costar US$1, aproximadamente Q8, lo que significa que pagan Q2 por un pan; con esa cantidad comprarían seis panes en cualquier tienda de barrio en alguna colonia popular de la Ciudad de Guatemala. Además, deben tomarse cierto tiempo para llegar a los lugares donde expenden esos productos. Jennifer Vega es un ejemplo de quienes buscan dichos artículos para sentirse cerca de sus raíces. Ella reside en Texas, y maneja 45 minutos una vez al mes, de Haltom City a Carrollton —39.32 kilómetros— para encontrar una de las dos únicas panaderías y restaurantes guatemaltecos del norte texano. Solo así consigue unas tostadas con frijol, un plato de pollo guisado, su añorada Tiky o unos Tortrix —la bolsita cuesta US$1—. A ella no le importa pagar US$1.25 por su tostada favorita. “Voy a un lugar donde quisiera estar siempre. Si pido un tamal de coche, me entienden. Cuando escucho los acentos, me siento otra vez en casa, es como volver a mi niñez”, comenta y suspira. A Damaris Interiano, residente en Kansas City, Kansas, alimentar a su familia únicamente con comida chapina le resultaría muy caro. “Si compro solo esos artículos me quedaría en la quiebra”, cuenta, pero no puede dejar de darse ese gusto. Por eso acude a las tiendas latinas, aunque los ingredientes no son siempre frescos, sino congelados —loroco, jocotes o nances—. Otros productos a su alcance son la Incaparina —US$2.29— o el consomé Mahler —US$5.99 el bote grande—. Y si algún platillo le provoca leves malestares de estómago, en algunos comercios le venden Alka-Seltzer y Sal Andrews: US$0.50 la unidad. Más al norte, en Trenton, Nueva Jersey, Dony Estrada trabajó de forma temporal en una panadería guatemalteca. Allí, la “tira” de francés cuesta US$2. El lugar la hacía tener una conexión directa con paisanos; la mayoría de los clientes eran hombres, porque según cree no quieren perder la costumbre de comprar “su panito para comerlo con café”. Dice que en esa ciudad si vale aplicar el refrán “las penas con pan son buenas, pues cada bocadito de pan va lleno de recuerdos y sentimientos, pero en especial de sentimientos”. En el comercio de Trenton se puede encontrar hasta bolsas de agua, en especial de la marca Salvavidas, por US$1.50. La diferencia de precio de un mismo producto se da de un estado a otro. Mientras que Vega paga US$3.25 por una lata de frijoles Ducal de 32 onzas, Interiano la compra por US$2.19. Ricardo Santizo, de la Compañía Alimentos y Conservas Ducal, explica que el valor de los productos nacionales en los mercados extranjeros varían, en especial, por las mismas causas que determinan los precios en los mercados locales, como poder adquisitivo de los consumidores, costo de transporte, precios de productos competitivos, costo de materia prima y materiales de empaque, así como impuestos, gastos de distribución y promocionales.

Mercado melancólico Tanto los productos Ducal como los de la empresa Conservas y Congelados Ya Está, S.A., según sus respectivos representantes, empezaron a incursionar en mercados fuera del país, en especial el estadounidense, en la década de 1980, al darse cuenta de que las miles de personas que se marchaban para buscar una vida mejor deseaban mantener el contacto con sus costumbres. Ya Está “comenzó con horchata, pinol y pinolillo”, explica Francisco Menéndez, representante de la empresa. Ahora tienen cuatro fábricas para elaborar y preparar los diferentes artículos que envían. Entre sus productos hay fruta congelada —nance, jocote de corona y marañón—, también hoja de plátano y de mashán. Conservas de nance, guayaba, ponche en almíbar, pacaya en salmuera, chiltepe en curtido, mango verde con limón y con chile, por mencionar algunos. Tamales de cualquier tipo, siempre que no lleven carne, porque aún no cuentan con ese permiso sanitario.

Sin olvidar su fe

  • “Su fervor en el Cristo Negro de Esquipulas le ha permitido mantener un negocio exitoso”, asegura Leslie Rubio, propietaria del restaurante y panadería Rubios. A pesar de la crisis económica que se vive en Estados Unidos desde el 2008, su establecimiento está bien.
  • Además de la fe al Cristo, también se necesita mucha constancia y disciplina para mantenerse a flote, dice. Lleva 15 años en la zona conocida como Midtown, en Los Ángeles, y emplea a 13 personas. Su socio y esposo, Norlyn Rubio, originario de El Salvador, es un chef egresado de la Escuela Cordon Blue, y es él quien se encarga de darle el toque gurmé a los platillos chapines, como el pollo en crema con champiñones.
  • La clientela de los Rubio es 50 por ciento guatemalteca, que compra almuerzos por US$7.50; y para no olvidar las bebidas nacionales, también se vende atol de haba o Incaparina, a US$1.50 el vaso.
  • Otro de los secretos del éxito de este negocio es la atención personal que estos esposos ofrecen a sus clientes.
  • Para seguir con su fe, ellos organizarán la próxima fiesta en honor al Cristo Negro, del 15 de enero del 2011. Los fondos que se obtengan de las ventas de ese día serán donados a diferentes causas sociales.
  • Tanto es su fervor que doña Leslie trajo de Guatemala una réplica de grandes dimensiones de la imagen de su devoción, la que comparte un lugar especial con la Virgen de Guadalupe en la Iglesia del Espíritu Santo, y en honor a las cuales se celebran las mayores fiestas religiosas en el año.

Los últimos productos que han sacado al mercado son flor de izote, piñas motates, la línea de recados —kak ik, pepián y jocón— y mole. Santizo manifiesta que los frijoles Ducal, uno de los platillos preferidos del guatemalteco, fue de los primeros en estar presentes en las góndolas de los supermercados de Estados Unidos y Canadá. Después fueron apareciendo néctares, tomatinas y pastas de tomate. Los empaques se adecúan en los idiomas de los países de destino, inglés y francés, si es para Estados Unidos y Canadá. Estas empresas debieron pasar pruebas de calidad para ser aprobadas y vender en Estados Unidos. Con la vigencia del Tratado del Libre Comercio, en el 2006, las exportaciones se facilitaron.

Chapines emprendedores Al otro lado del mostrador, la caja registradora o la “carreta de shucos”, hay chapines que ven en la nostalgia de sus paisanos una oportunidad de ofrecerles a sus connacionales la oportunidad de volver a deleitar sus paladares con un hot dog con guacamol, un plato de pepián o pollo en crema. En la ciudad de Los Ángeles se han establecido la mayoría de migrantes guatemaltecos, atraídos por el clima cálido y la facilidad del idioma; hay zonas donde casi todos sus habitantes son de origen latino, como el este. A pesar de ser la ciudad más grande de Estados Unidos y contar con restaurantes que ofrecen comida de todo el mundo —entre estos la venta de tacos y pupusas en muchas esquinas—, hasta hace seis meses no se encontraba un “shuco”, tan popular en Guatemala desde hace varias décadas, en especial aquellos de la zona 5, ubicados frente al Liceo Guatemala. Cristian García, de 28 años, siempre recordaba lo mucho que le gustaba comerlos, por ello decidió un día emprender un negocio en la populosa área del parque McArthur, en el centro de Los Ángeles. Sin embargo, no tenía idea de cómo prepararlos, algo que no lo detuvo, y aprendió al ver videos en Youtube. Debió añadir paciencia a su propósito para hacer los trámites y conseguir los permisos correspondientes. En la actualidad es el único vendedor ambulante autorizado. Cada “shuco” cuesta US$3. García reconoce que al hacer la conversión a quetzales pueden parecer caros, pero la compra de insumos —panes, salchicha, salsa y guacamol— para elaborarlos es en dólares, por lo que es razonable el precio. En un buen día llega a vender hasta 130 de estos. Su negocio, “Los Shucos”, atrae la atención de migrantes de otras nacionalidades y causa un poco de confusión por el nombre. “Una vez, un salvadoreño se enojó porque pensó que vendía el popular atol shuco de El Salvador, y no los panes que sirvo en un plato de cartón o papel aluminio”, comenta. A cinco cuadras del parque McArthur está el negocio del matrimonio de Angelina y Félix Soloj, originarios de Huehuetenango y Sololá, respectivamente. Es un restaurante llamado Atitlán, y allí se puede saborear cada lunes un revitalizador caldo de res o de pata, acompañado de un refresco de horchata y escuchar música de marimba. “El negocio es un éxito”, aseguran los esposos, a pesar de la competencia desleal generada por vendedores ambulantes que trabajan sin permisos. Desde las 7 horas sirven platillos típicos compuestos por huevos revueltos, frijoles colados, crema, queso y tortillas calientes. Los almuerzos varían todos los días, son cinco menús para elegir. El precio oscila entre US$5 y US$8. Con satisfacción, doña Angelina dice que las ollas quedan vacías. “Lo primero que se termina es el pepián y el pollo frito”, agrega. Los señores Soloj emigraron a Estados Unidos para huir del conflicto armado en la década de 1980. Don Félix perdió a su hermano y varios primos. Su esposa sufrió la desaparición de varios familiares. Para ellos no fue fácil empezar en otro país, recuerdan. Al poco tiempo, enviaron por sus hijos, quienes ahora son profesionales universitarios. Hoy dan empleo a seis personas y de forma constante viajan a Guatemala para abastecerse de ingredientes que solo aquí pueden encontrar, aquellos sabores que son el verdadero sazón chapín para las más de 40 recetas de comida que doña Angelina conoce.

Toque chapín en regalos Con la añoranza como común denominador en sus vidas fuera de Guatemala, hombres y mujeres se disponen a celebrar las fiestas de fin de año. Uno de esos preparativos son los tradicionales tamales, con Maseca o masa precocida, que algunos consiguen envolverlos en hojas de plátano o en papel aluminio. Jennifer Vega, en Texas, paga US$2.25 por un tamal. Damaris Interiano, en Kansas City, los consigue a US$2, y en Los Ángeles a US$1, ya que hay mayor oferta. Para Menéndez, de la empresa Ya Está, a este mercado ya no se le llamaría de la nostalgia, quizá hace 15 años sí, pero ahora se está volviendo costumbre, “pues quienes han nacido en suelo americano lo consumen por ser parte ya de su cultura”, indica. Además, ya no solo los guatemaltecos compran estos productos, ya que al formarse familias con alguien de otra nacionalidad se da una combinación de sabores, comenta Recinos, de Agexport. “Este mercado sigue en aumento y es una gran oportunidad para nosotros, pues son personas que tienen un poder adquisitivo y pagan por tener cerca un poquito de su tierra”, agrega el directivo.

Algunos estarían contentos de recibir como regalo de Navidad unas champurradas, quesadillas o algo con toque chapín.

Guatemaltecos en EE. UU.

  • Estados Unidos sigue siendo el destino principal de los nacionales que deciden migrar.
  • Según la Encuesta sobre remesas 2009, Niñez y Adolescencia, de Unicef y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), el total de guatemaltecos residentes en el extranjero es de un millón 365 mil 404.
  • De estos, en Estados Unidos viven un millón 324 mil 474.
  • California es el estado donde se concentra el mayor número: 461 mil 214. Solo en Los Ángeles hay 400 mil 550; San Francisco, 45 mil 344.
  • El segundo estado con más población de connacionales es Nueva York, con 163 mil 335; le sigue Florida, con 98 mil 712. En Texas residen 87 mil 829; Virginia, 55 mil 291.
  • Distrito de Columbia, 50 mil 459. Georgia, 46 mil 269; Massachusetts, 38 mil 883; Illinois, 31 mil 348.
  • El resto de connacionales está distribuido en los otros estados.

http://servicios.prensalibre.com/pl/domingo/fondo.shtml

No hay comentarios: