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« ¿Quién ha conocido la mente del Señor para que pueda instruirlo? » Nosotros, por nuestra parte, tenemos la mente de Cristo (1 Corintios 2:16).
¿Cómo te las arreglas para decir qué es realmente tan importante para ti como para incorporarlo a tu vida? ¿De qué forma decides si vas a vivir el cinismo de decir que crees una cosa y haces otra, o, por el contrario, ser coherente? Es en los años de tu juventud, cuando decides qué crees por ti mismo, sin la influencia de tus padres y amigos, decides también cuál será el sentido y la misión de tu vida.
No es nada fácil armonizar las creencias con las conductas. Hay demasiadas presiones que atentan contra esta conexión. Por ejemplo, que las ideas erróneas tienen que ser toleradas y respetadas; que nadie quiere ser considerado raro o excéntrico; que todos tendemos a pensar que la religión no tiene necesariamente que ver con aspectos prácticos de la vida, como el uso del dinero y la conducta moral. Además, la presión de grupo hace parecer que es más fácil dejarse llevar por la corriente.
El desafío para el joven cristiano es desarrollar convicciones que se sostengan y por la que se esté dispuesto a vivir e, incluso, si llegara el caso, a morir. Esto es precisamente la facultad de « pensar y hacer » Es como en las monedas: Es imposible tener solamente una cada de una moneda, las dos caras vienen indefectiblemente juntas. El pensamiento y la acción van indisolublemente unidos, puesto que toda acción es siempre fruto de un pensamiento previo. Aquello de « Loa hice sin pensar », nunca es cierto. Quizá lo pensaste poco, pero sin que el cerebro dé una orden no se produce ninguna acción.
Tener la mente de Cristo es el punto de partida para desarrollar convicciones seguras. ¿Qué le gustaba a Jesús? ¿Cómo alimentaba su mente? De la mente parte la acción. Y la promesa está en que si desarrollas esta facultad de « pensar y hacer » serás capaz de llevar responsabilidades, serás emprendedor e influirás positivamente en el medio donde te desenvuelvas.
« Debemos trabajar con toda la inteligencia que Dios nos ha dado […] para amoldarnos y conformarnos a la semejanza divina »
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